Ahora, inmerso en la vuelta a la rutina de trabajo, pacientes e informes, colegios y extraescolares, estoy empleando el escaso tiempo libre que me queda para releer y corregir por enésima vez mi segunda novela –de la que aún no tengo la portada y casi ni el título-. La verdad es que estoy recordando pasajes que tenía ya archivados y refrescando otros, de los que me acordaba pero ya sin matices. Y entonces, en la soledad de los diálogos escritos es cuando me surgen las dudas.
Muchas veces se me ocurren nuevas situaciones que podrían incluirse, pero que podrían alterar el devenir de la propia historia, sin hacer mención del trabajo añadido de volver a repasar lo ya leído incontables veces, y lo que está por leer, para no incurrir en errores, paradojas y situaciones absurdas o imposibles… no vaya a ser que a un personaje se le ocurra estornudar y morirse, cuando más adelante aparece de nuevo en el mundo de los vivos. Esto, al final, no sería más que parte del juego de creación y por otro lado que más da unas horas más o menos de lectura, atención y moldeamiento de la narración.
La segunda duda es más seria puesto que no se trata de trabajar más o menos, sino de los sentimientos… Cuando me encuentro ante una situación que cambiaría, o un pasaje que borraría, siempre recuerdo porqué lo escribí cuando lo hice… y entonces te planteas que pasaría si lo dejas como lo pensaste, viste y viviste la primera vez, o si lo destruyes ahora, muchos meses después, viéndolo desde una perspectiva diferente, y sabiendo que lo que borres, no volverá a ver la luz con la frescura y brillo con la que lo hizo la primera vez.
No puedo aclarar la duda, yo tampoco conozco la respuesta.
Por ahí dicen que lo mejor es abstenerse ante la duda…
Éxitos con su decisión.
Saludos
AV