Ni el bueno puede ser increíblemente bueno, ni el malo debe serlo. Todos somos humanos y guardamos lo mejor y lo peor.
A la hora de fabricar al héroe no podemos crear el superhombre perfecto. Debemos apuntar sus defectos, sus miedos y sus dificultades. Cuando concebimos al malo o malos de la historia debemos tener en cuenta que es un ser humano con su pasado, su bagaje en la vida y sus circunstancias y valores que le hacen actuar como lo hace. Solo los psicópatas y sociópatas hacen el mal porque sí. El resto somos mucho más complejos. Y la mayoría de las veces el villano no es perturbado mental, sino alguien cuya motivación para hacer el mal trasciende de lo que está bien o mal. Su escala de valores está desvirtuada o simplemente el centro de su vida es él y solo él.
Esto hace que cuando creo un villano tengo que concebirlo como una persona y ocultar sus intenciones como si fuese yo mismo quien va a cometer las fechorías y no quiero que me atrapen o descubran. Esto me sirve también para ocultar al personaje en la historia (a no ser que quiera que el lector le descubra desde el principio) e intentar que pase desapercibido u oculto hasta que decido que el lector debe saber ya “quién es el malo” o lo dejo muy claro para que se él quien lo descubra.
Para cubrir a estos personajes, también suelo poner señuelos, personajes que va dejando “pistas falsas” haciendo ver que podrían ser ellos los malhechores intentando que el lector lo interprete así, desviando la atención del verdadero villano y centrándose en el otro personaje hasta que descubra la verdad o la novela se la cuente.