¿Recordáis la canción de “Celtas Cortos”, que llevaba el mismo título?
En la primera estrofa el autor se refiere a que en un momento dado nos damos cuenta de que la vida se nos está pasando y “nos hacemos viejos de repente”. Esto cuando tienes treinta y tantos años no tiene casi importancia, ya que en el subconsciente tenemos la sensación de que nos queda mucho bacalao por cortar. A las edades más tempranas no me refiero, porque en ellas, estas cuestiones ni siquiera se plantean. Por lo general se está muy ocupado en temas de máxima importancia, como es vivir esa vida.
A partir de los cuarenta, es cuando el tema adquiere una dimensión desproporcionada. Al igual que en el caso de los treinta y tantos, el subconsciente nos sigue sugiriendo que queda mucho tiempo, y mucho por vivir, pero el lado cabal y consciente es el que nos hace ver, que lo primero es probable que sea cierto, pero lo segundo no tanto. Antes de que penséis que quien os escribe es un tristuras, voy a intentar explicarme contándoos una sensación extraña que me sucedió el último fin de semana.
Fruto de mi matrimonio tengo, junto a mi esposa, dos hijos adolescentes que están iniciando ahora sus primeras salidas nocturnas a fiestas y cumpleaños -como empezamos todos nuestras salidas y a vivir fuera del nido por otro lado-. Pues bien, fue al ir a buscar a mi hija, cuando sucedió. Conducía por la autopista, absorto en mis pensamientos y escuchado en una emisora de radio, música de los noventa (mi década), vestido con mis vaqueros, un niqui y unas deportivas blancas, acorde a la época de la música, y como si fuese yo el que salía de fiesta. Me sabía la letra de la canción de Jon Bon Jovi y casi creí vislumbrar el rostro de la primera chica de la que me enamoré, en los más que claros recuerdos de la última vez que la vi, escuchando precisamente “Blaze of glory”. En ese instante los recuerdos junto con los pensamientos volaron y volaron junto al coche por la autopista y mi imaginación fue capaz de recrearse en una noche de fiesta junto con mis amigos, con las ilusiones veinteañeras de viernes a la tarde que no buscaban más allá de cruzarse con la cuadrilla de ella y entablar conversación y tal vez, si había suerte…
En el momento en que en la radio se cambiaba de canción, mi hija entraba radiante en el coche, con todo el esplendor de sus quince años. En ese instante, y mientras sonaban las primeras notas de la “La senda del tiempo” me di cuenta de que ya no era mi tiempo, sino el de ella. Mis vaqueros y mis deportivas no podían ocultar el gris de mi pelo y de mi ánimo, que por otra parte luchaba en rebeldía por reclamar que aún nos queda mucha vida por andar.
Foto vía Pinterest.