El fin de semana es para descansar. Esta es una de las frases más manoseadas y no por ello más cierta, o debería de serlo, tras una semana de duro trabajo. Pero nos empeñamos en hacer deporte.
Sí. Es verdad, el deporte es sano y hace que nuestro estrés se diluya entre gotas de sudor y bebidas isotónicas. Además de ser otro tópico es cierto. Pero sucede así cuando lo practicamos nosotros, y me explico:
Los padres nos empeñamos en que nuestros hijos e hijas, entre las múltiples extraescolares hagan algo de deporte. Perfecto, y muy loable. El problema suele llegar cuando hay que encajar entre el inglés y la clase de piano, un entrenamiento de fútbol o la clase de equitación. Ahí los padres hacemos encaje de bolillos y, habitualmente, lo conseguimos. Eso sí, el chaval o chavala, soportarán parte del estrés que conlleva correr de un lado para otro.
Cuando, además, al día siguiente tienen examen de matemáticas o física, saben que repasar a Pitágoras o enfrentarse a un problema de “tiro parabólico” tras haber interpretado el “Para Elisa” de Beethoven, intentado, sin éxito por supuesto, aprenderse los “phrasal verbs” y haber emulado a Messi o Astolfi, es, cuando menos, labor de superhéroes.
Pero lo consiguen sin rechistar y al ritmo de “el que algo quiere algo le cuesta”, que imponemos sus progenitores. Alguien dirá, con cierto punto de razón, que así se forja carácter y que los adolescentes aprenden a manejarse en el estrés. Sí, pero debería ser en su justa medida.
Todo esto sucede entre semana, y que mejor que el fin de semana para liberar tensión, descansar y recargarse para otra tanda de cinco días a la carrera. Pero no.
Llega el fin de semana
El fin de semana hay que hacer deporte. Los hijos me refiero. El pequeño tiene partido de fútbol el sábado a las diez de la mañana, pero como todo equipo que se precie, la convocatoria será antes, media hora al menos…, para calentar, la estrategia y eso…. Además no juegan en casa, no. Hay que coger el coche y desplazarse a tres cuartos de hora de distancia, buscar sitio para aparcar… y conseguirlo, y hasta el inicio del partido buscar un sitio donde calentarse y tomar un café. ¡A esas horas de la mañana de un sábado!
Pero no queda ahí la cosa. Demasiado sencillo –salvo el madrugón a las ocho de un sábado de enero-. El chaval mayor también tiene partido, y está convocado (¡vaya!). Juega en casa, pero como hace un día de perros, y el campo está a tres kilómetros, es el otro progenitor el que le acerca en coche. En los mayores la convocatoria es una hora antes del encuentro… para calentar, la estrategia y eso…. La hora: las nueve.
La chica no tiene fútbol –menos mal-. Ni falta que hace, porque tiene concurso de salto a las once de la mañana del domingo, por lo que uno de los padres tendrá que llevarle, y el otro… tendrá un ratito para descansar del deporte que han hecho sus hijos durante la semana.
Así que el deporte está claro que es sano, pero si además tienes tiempo de practicarlo… mucho más. De hecho tenemos tres hijos sanísimos.
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