La labor del lector

Cuando me preguntan: ¿qué es lo que menos te gusta de escribir? Sin duda mi respuesta es la “postproducción”: El maquetado, las pruebas de impresión y sobre todo la promoción. Nunca he entendido la necesidad de convencer a alguien de que compre algo. Si está a la venta y es algo que te interesa, cómpralo y léelo sería mi eslogan promocional, porque todo lo que cuente del libro, de cómo lo he escrito, en qué me he basado, de qué fuentes he tirado… en mi opinión, no van a convencer a nadie de que compre o deje de comprar un libro.

Creo firmemente que la verdadera promoción, la auténtica publicidad nos la hacéis vosotros, lectores, con el boca a boca.

Imaginad la escena:

Sol y playa en un caluroso día de agosto. Las olas rompen tediosas en la orilla, con espuma escasa, como si estuviesen aburridas de hacer ese ejercicio de vaivén continuo pero no tienen más remedio. Arena seca, sombrillas de colores y ruido de gente. Alguna voz chillona de niño que ha olvidado ya el curso escolar, sobresale de entre el resto de la algarabía con la hilaridad que solo pueden otorgar las vacaciones de la niñez.

Dos jóvenes se hacen arrumacos despertando a las nuevas sensaciones que ofrece la vida, a escasas tres sombrillas de la vuestra, sin dar oportunidad a la vergüenza y mucho menos pensando en nada más que no son ellos dos. Media docena de toallas y algunos cubos de playa más allá, algunas carnes, que se niegan a abandonar la cuarentena a pesar de la evidencia de sus volúmenes caídos, se tuestan bajo el abrasador sol del mediodía, cubiertos solamente por un minúsculo trocito de tela oculto bajo la prominente barriga, cultivada a base de años de cervezas y e inactividad, y que la operación bikini no consiguió malograr.

Un poco más lejos, y a una vida de sacrificios de distancia, una joven madre intenta poner el gorrito de marinero en la cabeza de una niña muy pequeña, que se empeña en enseñar sus ricitos dorados a los cuatro vientos.

La labor del lectorDespués unas tablas de surf, un enorme y ruidoso grupo de adolescentes, que se saludan y relacionan con golpes y palabras malsonantes, unas rocas que anuncian el extremo del arenal, en un hueco entre ellas, tendido al sol, un cuerpo de cincuenta veranos muy bien cuidados.

Te fijas en ella. Está relajada. Su bañador negro, sucedió hace alguna década al bikini del mismo color, que a su vez complementó años antes al tanga con el que hacía top-les, cuando su cuerpo era enseñable. No es que ahora no lo sea, ni muchísimo menos, pero la dueña de aquella escultural y fibrosa figura, ha aprendido que con los años hay que dejar ver sólo lo bien que se ha capeado el paso del tiempo. Se levanta y te sonríe, aunque no te conoce. Tú, fiel a tu educación cultivada en colegio de curas, se la devuelves suponiendo que, como a ti la suya, tu cara le suena conocida de verte a diario en la porción de arena durante el último mes y medio. Te sorprendes cuando aquellas estilizadas piernas se encaminan hacia donde estás sentado en la sillita de playa, que algún diario regaló a cambio de unos cupones y tres euros, bajo la sombrilla a rayas que compraste cuando tus hijos aun te acompañaban de vacaciones. Sus ojos azules no te han dejado de sonreír, chispeantes en el rostro moreno, enmarcado por los mechones de pelo negro que logran escapar a la pamela que los cubre.

Cuando por fin habla, te levantas de un salto con el libro que acabas de terminar aún en la mano, y le sonríes de nuevo. Su voz es pausada, melodiosa y denota la seguridad de quien te mira.

                -Me fijado que has terminado tu libro –dice a modo de saludo.

                -Sí –aciertas a pronunciar-. Lo acabo de terminar.

                -¿Te ha gustado? –pregunta sin reparo-. Ha juzgar por cómo has estado de concentrado los últimos días, parece que sí.

                -La verdad es que me ha encantado –te lanzas-. Es divertido, interesante, ameno, rápido y fácil de leer, y sobre todo te engancha desde el principio.

                – Parece recomendable ¿no?

                -Por supuesto –afirmas sin duda-. Muy recomendable.

                -Y ¿cómo se titula? –pregunta al fin.

                –Basabe, de Oskar Benegas.

Las olas continuan su aburrido tedio entre el alboroto desde la playa. Una gaviota hambrienta rasga el cielo con su chillido repetido y contundente, anunciando la llegada de algún pesquero a puerto.

Fuente de la foto Pinterest

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